lunes, 10 de diciembre de 2007

EL FRUTO ETERNO
-PEQUEÑA SEMILLAÁRBOL
FRONDOSO
EL FRUTO ESPIRITUAL
Les contó otra parábola: «El reino de los cielos es como un
grano de mostaza que un hombre sembró en su campo.
Aunque es la más pequeña de todas las semillas,
cuando crece es la más grande de las hortalizas
y se convierte en árbol, de modo que vienen las aves yanidan en sus ramas». MATEO 13:31-32
He aquí un principio básico del reino de Dios que, si se lo
aplicara realmente, traería gran abundancia en todas las
áreas de la vida. La frase de Jesús: La más pequeña
semilla produce la hortaliza más grande, nos enseña que el principio de la multiplicación opera de menor a mayor:de lo
poco sale lo mucho, de lo pequeño lo grande, de lo escaso lo
abundante, de lo que no es lo que es. En el mismo orden de
ideas, cada hombre es una obra maestra de Dios y funciona
física, psíquica y espiritualmente;pero comenzó como una semilla diminuta llamada embrión en el vientre materno. El
propio Jesucristo aplica este principio cuando quiere alimentar
a una multitud de cinco mil hombres, sin contar las mujeres y
los niños. La única provisión disponible consiste en dos peces
y cinco panes; y el Señor, lejos de lamentarse, dice: –Suficiente
para mí, y procede a la multiplicación. ¿De dónde se produce
esa enorme cantidad de comida? De una materia prima muy
pequeña. Igual que el árbol y el hombre. Interesa tanto al Señor
este tema que la Biblia está llena de ejemplos del mismo.
Veamos algunos.
El árbol fue primero
El árbol está en la semilla, la semilla es un árbol en potencia;
pero ¿al principio fue así? Hay una pregunta popular que
se ha prestado a discusiones bizantinas, ¿qué fue primero: el
huevo o la gallina? Este tema es hasta cierto punto razonable si
se toma en cuenta que la gallina sale del huevo, pero el huevo
sale de la gallina. De igual modo podría preguntarse: ¿qué fue
primero: la semilla o el árbol?, pues sucede que el árbol sale de
la semilla, pero la semilla sale del árbol. Sin embargo, la Biblia
no deja lagunas al respecto:
Y creó Dios los grandes animales marinos, y todos los seres
vivientes que se mueven y pululan en las aguas y todas las aves,
según su especie. Y Dios consideró que esto era bueno. GÉNESIS
1:21 Este versículo contiene la clave del enigma popular; allí no
se dice que creó Dios todos los huevos para que produjeran
todas las aves, sino las aves para que produjeran huevos que
produjeran más aves. Por lo tanto, la respuesta es muy simple
y elemental: primero fue la gallina, después el huevo. Con la
semilla y el árbol ocurre lo mismo:
Y dijo Dios: «¡Que haya vegetación sobre la tierra; que ésta produzcahierbas que den semilla, y árboles que den su fruto con semilla, todos según su especie!» Y así sucedió. Comenzó a brotar la
vegetación: hierbas que dan semilla, y árboles que dan su fruto con
semilla, todos según su especie.Y Dios consideró que esto era bueno.
GÉNESIS 1:11-12 La narración no dice que Dios creó semillas que dieran hierbas
sino hierbas que dieran semillas. Y, por eso, podemos afirmar:
primero el árbol, después la semilla. Dios no sembró
semillas en la tierra recién creada para que produjeran árboles,
sino puso árboles que dieran frutos con semillas que, a su
turno, produjeran más árboles. Ahora bien, la variedad de los
árboles sería objeto de estudio aparte. Concentrémonos en lo
fundamental.
Las dos semillas de los dos árboles.
Es obvio que todo árbol produce semilla y los dos del Edén
no constituyen la excepción. Pero, ¿qué semilla produjeron? O
acaso ¿la producen todavía? Es este un análisis que bien vale la
pena intentar.
Pondré enemistad entre tú y la mujer y entre tu simiente y la de
ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón.
GÉNESIS 3:15
La palabra simiente significa semilla. He aquí un dato importante:
hay dos simientes, es decir, dos semillas, la de la serpiente
y la de la mujer, y hay en constante actividad un proceso
dialéctico entre ellas: luz y tinieblas, bien y mal, virtud y pecado,
vida y muerte. En el curso de esa guerra, la semilla de la
serpiente le muerde el talón a la semilla de la mujer, pero la
semilla de la mujer aplasta la cabeza de la serpiente. Este corto
versículo contiene lo que los teólogos están de acuerdo en llamar
el protoevangelio: La promesa divina de que un ser humano,
alguien nacido de mujer, uno que sería semilla –o simiente–
de la mujer, derrotaría a la serpiente. Ello nos permite entender
algunas cosas: Toda la congoja humana, la enfermedad, el dolor, la miseria, la muerte, que vinieron por comer el fruto del
árbol del conocimiento del bien y del mal, sería vencido por
Aquel que aplastaría la cabeza de la serpiente, la semilla de la
mujer que es Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios que se hizo Hijo
del Hombre al nacer de una mujer para poder ser su simiente.
Digamos –al margen– que constituye un error doctrinario
colocar a la virgen María, como aparece en un conocido icono,
con una culebra debajo de los pies. La Biblia no dice que la serpiente
morderá a la mujer en el talón. ni que el pie de la mujer
aplastará a la serpiente, sino que lo hará el Hijo –la simiente–
de la mujer. La pelea no es entre María y la serpiente, sino entre
la serpiente y Aquel que nació de María.
EL GRANO DE TRIGO
El grano de trigo es una revelación extraordinaria en la cual
Jesucristo habla de sí mismo y nos permite profundizar este
misterio divino que conmueve las fibras más íntimas del corazón:
Ciertamente les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra
y muere, se queda solo. Pero si muere, produce mucho fruto. JUAN
12:24
Ahora meditemos: de la espiga sale el pan, y el pan es el
Cuerpo de Jesús. El semen de trigo tiene que entrar en la tierra
y morirse para que, de su sacrificio, salga la espiga de la cual
vendrá el pan para que podamos recibir en la Cena del Señor
su propio Cuerpo. Algo similar ocurre con el vino: la semilla de
la uva entra a la tierra, y allí muere, para poder echar raíces, de
las que brotará la parra o vid, de cuyas ramas surgen los racimos
de uvas que, después, son exprimidas para hacer posible
el vino que simboliza la Sangre del Señor.
En el pasaje citado, Jesús está hablando de su persona que,
ciertamente, entró a tierra y murió para poder dar fruto en la
gloriosa resurrección, así como las semillas muertas al ser enterradas,
resucitan en los árboles que dan fruto. Hay que tener discernimiento para sentarse a la Mesa de Cristo, como Pablo
lo encarece: cuando consumimos el vino, que simboliza la sangre
del Señor, tomamos realmente la vida de la uva que murió
en tierra; cuando comemos el pan, que representa su cuerpo,
nos apropiamos la vida del grano de trigo que se pudrió enterrado.
Por un misterio divino, Jesucristo es la semilla que entra
a tierra y muere para resucitar, a fin de ser espiga y uva capaces
de dar vida eterna por medio del fruto de la resurrección.
En términos espirituales, resucitar es fructificar.
El grano de mostaza
La semilla de mostaza es un grano diminuto, insignificante,
casi invisible. Yo lo invito a que consiga un grano de mostaza,
uno solo, y lo ponga en la palma de la mano. Casi necesitará
usar una lupa para poderlo observar. Olvídese de ese detalle y
obedezca a Jesús: tome ese pequeño, minúsculo, casi atómico
grano de mostaza y siémbrelo; limítese después a esperar un
tiempo y lo verá convertirse en un árbol en cuyas ramas las
aves harán nidos y cantarán.
En su parábola del grano de mostaza, el Señor da una lección
tremenda, aunque a veces pasamos por alto su verdadero
significado. Obsérvese que Jesús dice: así es el Reino de Dios.
Repito: así es. No dice: “se parece a”, o “se asemeja a”. Literalmente
dice que “es así” como un pequeño grano que se convierte
en un gran árbol. Ahora bien, dicho en forma directa,
cada uno de nosotros es un árbol dotado de semilla en sí mismo.
Si sembramos nuestra semilla, produciremos otro árbol
que, a su vez, producirá más semillas para que se produzcan
otros árboles, y así sucesivamente en forma interminable y
asombrosa. Se trata de una ley inalterable del Reino de Dios.
Hace casi veinte años yo era todo menos un árbol o una
semilla. Me sentía como un tronco cortado a la orilla de un
camino, pudriéndose. Una sembradora valiente llamada Esther Lucía pasó a mi lado, llevaba en la mano un granito de
mostaza y lo sembró en mi corazón. En un proceso de muerte
y resurrección, yo me volví un árbol, que ha dado muchos granos
y hoy es fácil observar –digámoslo no por exaltación sino
para glorificar el nombre del Señor– todo lo que Dios es capaz
de hacer aún con lo más ruin y miserable, como en mi caso. Tú
también eres un sembrador con un grano de mostaza en la mano.
¿Qué esperas para ir a sembrarlo? Hay muchos corazones
esperando.
Si siembras la semilla correcta en tu corazón, que es la fe,
tendrás la legítima alegría de saber que nada será imposible
para ti. Medita en este simple principio: un árbol da fruto, del
fruto sale la semilla y esa semilla se reproduce. La Biblia sostiene
que el mismo principio opera en toda las cosas: siembra,
reproducción y recolección. Pero nunca olvidemos que el fruto
corresponde al árbol como el árbol a la semilla. Por lo tanto, si
usted siembra odio, recoge odio; si siembra amor, recoge amor;
si siembra luz, recoge luz; si siembra oscuridad, recoge oscuridad;
si siembra dinero, recoge dinero. (No lo digo yo, lo dice la
Palabra de Dios: el dinero también es una semilla que produce
fruto). Y, por supuesto, las virtudes y los pecados son semillas
que se reproducen.
La semilla tiene que morir y resucitar. Las lágrimas, el sudor
y, a veces, la sangre son el abono, como lo pudo entender
magistralmente al gran poeta argentino Francisco Luis
Bernárdez en un precioso soneto cuya conclusión expresa:
Porque al final de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido;
porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.

El Dr. Darío Silva-Silva